Biografía

BIOGRAFÍA.

Pedro Miguel
Carbonell
nació en Barcelona en la Casa gran de la Plaza
nueva
el lunes 8 de febrero de 1434. (Nota 1) Fueron sus padres
Francisco Carbonell (N. 2) y Juana dez Soler (N. 3 y
18), que murió de perlesía en 17 de noviembre de 1496 en la
casa principal de su hijo, situada entonces en la calle den Serra.
(N. 5) Casó en primeras nupcias con Engracia (N. 2) y tuvo de ella
algunos hijos. Su número y sus nombres los ignoramos por haber
desaparecido el fól. 5vto del Memoriale n.49 en que los tenía
apuntados. Aunque sabemos que fue padre de tres hijas y que uno de
los varones se llamó Francisco de Asís, otro Pedro Miguel
y otro Baltasar, no podemos afirmar que fuesen todos habidos
de aquella. Esta circunstancia consta respecto de Francisco (N. 18),
único que sobrevivió al padre, y que presumimos sería el mayor,
por llevar el nombre de su abuelo paterno. Los demás ignoramos si
los tuvo de Engracia o de su segunda esposa Eulalia, viuda de Pedro
Morer, mercader de Barcelona (N. 4), aunque por el modo con que habla
de ellos en diferentes notas nos inclinamos a creer que todos fueron
de la primera.
Ninguna luz nos ha podido dar el minucioso examen
que hemos practicado de las copiosas notas autógrafas que felizmente
se nos han venido a las manos para descubrir en qué pudo emplear
Carbonell los veinte y cuatro primeros años de su vida.
Suponemos los invertiría en su educación y en el estudio de las
humanidades y de la historia, que más adelante le
vemos desenvolver con tanta maestría y buen tacto, que admiran al
lector y se lo representan como uno de los espíritus más
observadores de su época.
El primer carácter de que se nos
presenta revestido es el de notario público, cuyo
nombramiento le fue expedido por D. Alfonso V de Aragón,
desde Benavente, en 3 de marzo de 1458 (D.to 1.o) habiéndole
declarado apto para ejercer esta carrera los consejeros Jaime Pau,
doctor en leyes y tio suyo, y Juan Peyró, lugarteniente del
protonotario de la ciudad de Barcelona, comisionados
ambos ad hoc por el mismo rey (D. 2). Posteriormente el hermano y
sucesor de este monarca, D. Juan II, le confirmó y amplió
esta gracia en Barcelona a 13 de octubre de 1478. (D. 3).
Muy
sentada y general reputación debió tener en la carrera, cuando le
vemos formar de sus escrituras la considerable colección de veinte
y ocho
manuales o protocolos.
El último le
posee en su numeroso y bien coordinado archivo el actual escribano
público y de número de esta ciudad D. José María Torrent y
Sayrols
. (*)
(*) No podemos menos de repetir aqui las mes
espresivas gracias al Sr. Torrent por la franqueza y fina
atención con que, después de enterado de nuestro objeto, nos
facilitó en su despacho el examen del citado protocolo y de todos
los demás papeles que creímos podrian convenirnos; sintiendo a la
par que la conducta muy distinta observada por otro de sus compañeros
de profesión haya tal vez privado a nuestros lectores de algunas
otras noticias no menos interesantes que las expuestas. De todos
modos, al Sr. Torrent debe caberle la satisfacción de haber
contribuido con sa loable condescendencia al justo elogio y
conocimiento de un sujeto que honró la clase a que pertenece, y
puede contar siempre con el reconocimiento del autor de esta
biografía.

Le titula Carbonell Vicesimum octavum Manuale mei
P . Michaeli Carbonelli Ser.i domini Regis Scribae ejus auctoritate
Not. P. Barcinonae, y decimos ser el último, porque las fechas que
abraza llegan hasta el año mismo de su muerte, porque están en
blanco sus últimos fóleos, que no los hubiera dejado en
aquel estado si continuara en el ejercicio de su notaria, y
finalmente porque termina con una nota autógrafa de su hijo y
sucesor Francisco, en que expresa la muerte de su padre. No
dudamos que aun mayor número de escrituras hubiera dejado al morir,
a no haber prescindido de extender la mayor parte de las que se le
presentaban desde el año 1511, para atender con más esmero a la
custodia del Real Archivo que le confió el mismo D. Juan II, como
más adelante veremos. Asi lo expresa al fól. 84 v.to del mencionado
protocolo, con asiento del 25 de abril de 1515. Hic mutatur an nus,
dice, et aviditus recipiendi per me instrumenta cessat quia non curo
nisi de Regio Archivo tempus perdere seu raro ipsa recipio et ultra
meam voluntatem.
Una de las circunstancias que le darian más
realce en su carrera y que quizás debió de contribuir a que se le
agraciase con la plaza de archivero, fue el hermoso carácter de
letra que poseia. En aquellos tiempos en que la imprenta estaba en su
infancia, un buen pendolista tenía asegurados su subsistencia
y porvenir, mientras que hoy día la profusión de los productos de
aquella y lo muy generalizada que se halla esta habilidad, casi la
han convertido en insignificante para esta clase de destinos.
Afortunadamente nuestro cronista unía la inteligencia de la
dirección a la destreza mecánica del escribiente. Que tuvo un
hermoso carácter de letra queda demostrado tomándose la pena de
hojear los inumerables escritos suyos que se conservan en el Archivo
general de la Corona de Aragón, y que él mismo daba gran valor a
esta circunstancia se desprende de los elogios que repelidas veces
hace en el margen de los documentos escritos con la no menos hermosa
letra
de D. Pedro el Ceremonioso (*), y de las numerosas excusas
que da cuando su cansada mano iba entorpeciéndose con los años (N.
5.)
La brillante opinión que gozaba Carbonell entre sus
conciudadanos y los buenos informes que de su aptitud dio a D. Juan
II su abogado fiscal micer Juan Ros, decidieron a este monarca
a confiarle las llaves de su Real Archivo, al vacar esta plaza por
muerte de su antecesor Jaime García (D. 4).

(*)
Carbonell fue entusiasta admirador de aquel rey e incansable en
aprovechar las ocasiones de encomiarle. Llevó a tal extremo su
pasión hacia él, que trató de imitarle en la costumbre que aquel
tenía y le valió el renombre de Pere del punyalet, que la
posteridad le dio. Véase al fin de la coluna 1.a del fól.
100 de su crónica: E per semblant yo dit Archiver he
delliberat portar punyalet tant com viuré é jal
començ portar encara quen sia motejat del
punalet.

Los términos en que el Rey le expidió el
nombramiento, desde Zaragoza a 9 de diciembre de 1476. reasumen el
más eminente elogio de su persona e idoneidad, que pudiéramos
hacer. El monarca, después de ponderar en él la importancia y
mérito de su Archivo y la conveniencia de que el nombramiento del
encargado de su custodia recayese en persona probada, selecta e
idónea, y manifestando cuánto y cuán detenidamente había
discurrido para echar mano del sujeto que reuniese tales
circunstancias, dice: Tandem ad vos fidelem nostrum Petrum Michaelem
Carbonell notarium civem Barchinone intuitum considerationis nostre
convertimus quem plurium fidedignorum testimonium ac comunis fame
preloqio noscimus fide probitat et animi sinceritate aliisque
virtutibus esse ornatum valdeque abtum et ydoneum non modo ad ipsum
officium exercendum sed multo etiam maiora onera subeundum; his
igitur considerationibus inducti de vestris eisdem fide probitate
ydoneytate et industria plenissime confidentes vos dictum Petrum
Michaelem Carbonellum
, & &. Nombróle al propio tiempo
Scribam domus nostre, por ser este un requisito que
indispensablemente debía reunir el que desempeñase aquel cargo, en
virtud de la Real pracmática dada por el célebre D. Pedro el
Ceremonioso en Tamarite, a 12 de marzo de 1584, vigente entonces aún
en toda su fuerza (D.5). A las 10 de la mañana del día 7 de enero
de 1477 tomó posesión de su cargo, en presencia de Bartolomé Veri,
consejero y regente la Cancillería del Rey, Andrés de Peguera,
Maestre Racional de la corte en la ciudad de Barcelona, Principado de
Cataluña, reino de Mallorca, islas adyacentes y reino de Sicilia,
Pedro Baucells, lugarteniente del sobredicho Maestre Racional,
Monserrat Torres, presbitero, y Bernardo Audor, escribano del
Rey, que autorizó el acto, siendo testigos Juan Viastrosa, mercader
y ciudadano de Barcelona, yerno del antecesor de Carbonell, Jaime
Garcia, y otras personas. Prestó después juramento y homenaje en
manos del Regente la Cancillería del Rey ya mencionado, a tenor de
los usajes de Barcelona y constituciones generales de Cataluña (N.
6). Posteriormente don Fernando el Católico, desde Jerez, a 23 (o
25) de octubre de 1477, confirmó en todas sus partes el nombramiento
de Carbonell (D. 6). Tanta era la confianza que este monarca le
dispensaba, tal el convencimiento que tenía de que jamás abusaría
de ella, y tan persuadido estaba de su celo por la custodia del
Archivo; que no vaciló en concederle, desde Tarazona, a 3 de marzo
de 1484, el más amplio permiso para que, siempre que lo exigiesen
sus negocios y en toda época en que se declarase la peste en
Barcelona (tan frecuente en aquellos tiempos), se ausentase de ella a
cuanta distancia quisiese, con la única prevención de que, a su
partida, confiase las llaves del Archivo a alguno de los empleados
que le designó, para que su Real servicio no quedara desatendido
(D.7).
La brillante posición que ocupaba Carbonell, su
importante destino, las buenas relaciones que tenía en la corte, su
mucho saber y su bien sentada opinión le grangearon las más
altas consideraciones por parte de los personajes de mayor rango y
valia. Para convencerse de esto no hay más que hojear las copiosas
cartas que recibia, muchas de las cuales se conservan aún en el
legajo de autógrafos
custodiado en el Archivo general de la
Corona de Aragón. En la que el Condestable de aquel reino le
escribía desde Torá a 29 de julio de 1483, pidiéndole copia de un
documento del Archivo, le da el título de magnifich e de mi
singular amich
. El canónigo de Tortosa P. Juan Lobera, desde el
monasterio de S. Juan de las Abadesas, a 16 de setiembre de 1484, le
titula Mossenyer molt magnifich e de gran saviesa. El Regente
la Cancillería de Aragón, Martin Martinez Teruel, en carta escrita
desde Zaragoza a 8 de setiembre de 1488, le da el dictado de
Magnifficho y special amigo, D. Alfonso de Aragón, arzobispo
de Zaragoza, desde aquella ciudad, a l.° de octubre de 1490, le
denomina Special amigo. El Condestable y Conde de Cardona, desde
Arbeca, a 27 de febrero de 1491, comienza su carta Molt magnifich
e singular amich
. D. Juan de Aragón, conde de Ribagorza, en su
carta fechada en Luna a 10 de noviembre de 1491, le llama Virtuoso mi
special amigo & &. Son infinitas las que expresan dictados
parecidos y que dejamos de citar en obsequio de la brevedad.
Pero
si tales distinciones podian justamente halagar su amor propio, sin
embargo, esta noble satisfacción debieron acibararla no pocas
veces la envidia y la calumnia. Bien amargamente se queja de los
sinsabores que aquellas enemigas incansables de todo hombre de mérito
le acarreaban,
en la carta que desde Barcelona escribía a su
primo Gerónimo Pau el día último de abril de 1477 (D. 8).
Sus enemigos le echaban en cara que, a la par del cargo de Archivero,
ejercía el de escribano del Rey, cosa que aseguraban no haberse
usado hasta entonces; pero Carbonell, con sus útiles investigaciones
practicadas en los papeles mismos que tenía encomendados a su
custodia, y auxiliado de sus buenos e influyentes amigos Bartolomé
Veri, Juan Peyró, Juan Vilar y Pedro Baucells les dio el más
solemne mentis (N. 7). También compuso unos metros o coplas
contra los reprensores de su vida, que desgraciadamente se han
perdido, como veremos al tratar de sus obras poéticas, y otros
contra los que, movidos esclusivamente del deseo de perjudicarle y
perseguirle, aconsejaron a D. Fernando el Católico la constitución
que dictó en las primeras Cortes celebradas en Monzón a 2 de
setiembre de 1510, relativa a los registros del Archivo Real y
salarios que correspondían a su Archivero. Pero el
mejor testimonio de que Carbonell fue el blanco de la maledicencia y
de la calumnia es el estilo fuerte y reprensivo de algunas cartas que
le dirigió el mismo D. Fernando, que tanto le había elogiado y
distinguido anteriormente. Para no molestar a nuestros lectores nos
concretamos a recomendarles la lectura de la que le escribió desde
Zaragoza a 27 de diciembre de 1488 (D. 9). Sin embargo, solo una
impresión muy pasajera debieron producir las intrigas de los
enemigos del calumniado en el corazón del Rey, cuando a los pocos
dias, admitiendo una leve excusa alegada por Carbonell, le devolvió
toda su gracia (D.10).
La exactitud, aplicación, inteligencia y
celo de Carbonell en el ejercicio de su cargo de Archivero tiene una
convincente e incontrastable defensa que ni la calumnia pudo en su
tiempo acallar ni el largo periodo de cerca cuatro siglos ha sido
bastante a destruir. Hojee el curioso los muchos registros y las
numerosas escrituras que posee el Archivo general de la Corona de
Aragón correspondientes a los condados y reinados
desde D. Vifredo el Velloso hasta principios del segundo año
del de D. Carlos I el maximo, en cuya época murió
Carbonell; y en bien pocos de ellos dejará de ver algún rastro de
su inteligente y laboriosa mano, siendo además copiosos y
abundantísimos los índices, notas y memorias que nos ha legado de
existencias, ingresos, pérdidas, reclamaciones y vicisitudes de
aquellos preciosos papeles que hoy día admiramos.
El cuidado
material que ponía Carbonell en la custodia y conservación del rico
depósito que le tenía confiado el Rey lo atestiguan palpablemente
las dos apócas registradas a los fól. 37 y 87 de su 28.°
protocolo o manual que hemos citado anteriormente (D.11 y 12). La
primera corresponde a la cuenta de 46 s. y 6 d. invertidos en reponer
y asegurar la puerta del Real Archivo, que se hallaba en muy mal
estado a 11 de diciembre de 1506, y la segunda a la de 130, s.
satisfecha a 13 de diciembre de 1511, por la construcción de nuevas estanterías, escaleras y demás para colocar los registros que de
nuevo habían ingresado. No es nada reducido el número de las notas
que ha dejado y que atestiguan haber satisfecho de fondos suyos
particulares el coste de algunas mejoras practicadas en su tiempo y
por disposición suya en el Archivo.
Pero uno de los rasgos que
más honran el carácter de Carbonell es la suma delicadeza y gran
desprendimiento con que se portaba al exijir sus derechos por
la expedición de los testimonios, copias y noticias de los papeles
que custodiaba y que en aquella época constituian el más
considerable emolumento de su destino. A las personas notables por
consideración y respeto a su rango y posición les dispensaba el
todo o parte de sus derechos, mientras que su compasivo corazón no
podía admitir los que la mano del pobre le ofrecía. Y esta
generosidad resalta tanto más, cuanto que sus sueldos fijos o
quitaciones le eran satisfechos con enormes atrasos (N. 8, 9 y
10.)
Carbonell ejerció su empleo durante cuarenta años
cumplidos, que mediaron desde su nombramiento hasta su muerte, y en
tan largo espacio de tiempo no descuidó un momento las atenciones
que aquel le ofrecía. Igual celo e igual constancia hemos notado en
el principio y en el fin de su archiverato, a pesar de que en
el último tercio de su vida su avanzada edad y los progresos de la
terrible enfermedad de asma que padecía ponian algún
obstáculo a sus constantes desvelos. Aun teniendo el descanso y
consuelo de su hijo Francisco, que reunía por autorización Real la
circunstancia de ser coarchivero y coadyutor suyo,
economizó cuanto pudo el echar mano de este alivio.
Invertía
todos los ratos de ocio en escribir las concienzudas e interesantes
obras que nos dejó y de las cuales nos ocuparemos más adelante, y
en estudiar los autores clásicos y los demás libros cuya lectura
estaba más en boga en aquella primitiva época de la imprenta,
gastando, a pesar de su escasa fortuna, sumas considerables en
adquirir ediciones de tanto valor entonces por su novedad como le
tienen hoy día por su antiguedad y rareza. Los bibliógrafos
hallarán en la Biblioteca pública de Barcelona un crecido número
de aquellos preciosos libros que la inagotable generosidad de
Carbonell distribuyó entre las de los conventos de esta ciudad y de
sus alrededores, y que después de los incendios de aquellas casas
religiosas se reunieron en aquella. Recomendamos especialmente a los
aficionados el examen del magnifico ejemplar en gran fóleo de
las obras de Séneca, impreso en Nápoles en 1475,
que nuestro cronista donó al convento de Menores de
Barcelona
en obsequio a su estimado amigo, el célebre
predicador, religioso de aquella orden, F. Francisco Sagarra,
según la carta autógrafa que continuó en su primer fóleo a
6 de los idus de enero de 1487. (N. 11).
Tal es el bosquejo que
hemos trazado de la conducía de Carbonell como funcionario público;
réstanos solo añadir, bajo el punto de vista de la politica, que
fue amante y agradecido hasta lo sumo para con los reyes que habian
depositado en él su confianza, como lo expresa repetidas veces en el
decurso de su crónica, y que no quiso admitir ningún otro cargo
público, no solo por no distraerse de sus principales obligaciones y
estudios, si que también porque el ejercicio de algunos
repugnaba a su carácter y convicciones.
Pasemos ya a
considerarle como simple particular en el interior de su familia, y
hablemos de su moralidad. Carbonell fue buen hijo, buen esposo y buen
padre. Lo primero lo atestiguan el respeto y cariño con que habla
siempre de sus padres, en falta de otras pruebas más directas que no
dudamos hallaríamos en el fól. 62 del Memoriale n.49, a no haber
aquel desaparecido. No obstante el cuidado y esmero con que compuso
el epitafio de su padre, cuyos restos yacian en el convento de
Dominicos de esta ciudad (N. 2.), los minuciosos detalles que nos
refiere de la enfermedad, agonía y muerte de su madre, y la
veneración hacia ella que nos indica la circunstancia de haber
muerto aquella in cameram maiorem domus maioris domorum mearum
(N.3) corroboran la exactitud de nuestro aserto. Para probar que fue
buen esposo, nos sobran poderosas razones que exponer respecto a su
segunda mujer Eulalia, aunque con relación a Engracia la primera,
únicamente podamos alegar el cuidado que tuvo de incluirla en la
tumba y en el epitafio que dedicó a su padre, y el epíteto que en
aquel la da de Conjugi benemerenti (N. 2.). Carbonell cometió
sin duda la imprudencia de casarse de segundas nupcias con una mujer
joven, o tuvo la desgracia de que no reuniese esta la genialidad y
buenas circunstancias que tanto son de apetecer en la compañera de
nuestra vida. No hay más que leer el breve y original pero tal vez
demasiado severo y libre prefacio sobre el matrimonio con que en
cabeza su 28.° Memorial o protocolo, ya citado, para convencerse de
que en el que contrajo segunda vez no fue tan feliz como en el
primero (N.12). Y es preciso disculpar a Carbonell este arranque de
mal humor, considerando que pudo escribirlo en circunstancias
criticas y desagradables en que el hombre más pacifico salta todas
las vallas de la reflexión. Y cuanto más irritado y descontento le
consideremos, tanto más paciente y generoso se nos presenta cuando,
quejándose amargamente de la conducta de su hijo para con él, dice,
yo ley perdó: faça yo lo que dec axi vers ell com vers nostra
muller e ells nunca façan res per mi que de ço so content
(N.13
).
¿Podrá pues, dudarse, que Carbonell fue un buen esposo?

Todo el amor de que era capaz su noble y afectuosa alma se ve
reconcentrado en el entrañable cariño que profesó a sus hijos y a
sus nietos. Los primeros fueron seis, según hemos indicado en el
principio de esta biografía, tres varones y tres hembras. La sola vez
que de estas habla lo hace manifestando al Rey el sentimiento que
tenía de no poderlas dotar como deseaba (D.13). De los varones Pedro
Miguel quedó ciego mientras mamaba,
se dedicó a la música, y a
los veinte y siete años de edad la peste lo arrebató a su padre, el
viernes 2 de julio de 1490. El cariño que tuvo a este desgraciado
hijo lo atestigua la tierna octava que le dedica en su continuación
a la Dança de la Mort, Baltasar marchó a Ciutadella de
Menorca, para estar al cuidado de un tio suyo, indudablemente
materno, que parece le quería mucho y trataba de hacer su felicidad;
pero la muerte cortó su vida en flor, y Carbonell perdió otro
objeto de su cariño. El contenido de la carta que Francisco le
escribía desde Zaragoza a 30 de setiembre de 1484, de la que hemos
sacado las noticias que acabamos de exponer, son un cumplido
testimonio de los cuidados y desvelos que el padre pasaba por la
suerte y porvenir de aquel malogrado hijo (D. 14). Pero
concretándonos a Francisco, este fue el único varón que le
sobrevivió, perpetuó su nombre y le sucedió en bienes, carrera y
destino. Debió de ser extremada la constante solicitud con que
Carbonell cuidó de darle una educación adecuada a los honores y al
cargo a que naturalmente había de destinarle, y si no es una clara
indicación de esto, no sabemos qué otra explicación pueda darse a
las severas máximas que le dejó escritas, sin duda para que jamás
las olvidara, al fól. 481 del Memoriale n. 49, y son las siguientes.

Fili charissime hec serva mandata.
Loquere pauca, ut facis.

Verax esto.
Ne sis velox.
Iram seda.
Liti cede.

Turpia tace.
Deroga nulli.
Misericors esto.
Memento
mori.
Ni olvidó tampoco inculcarle las sanas máximas de la
religión cristiana, como lo prueba el contenido de la carta que el
hijo dirigía al padre desde Córdova a 30 de mayo de 1482.
(D. 15).
Apenas cumplió Francisco los diez y ocho años, su
padre suplicó a mossen Gaspar de Arinyó, consejero y
secretario del Rey, le admitiese en su servicio, ponderando sus
buenas costumbres y conocimientos, como es de ver de la carta que
desde Barcelona le escribió en 12 de enero de 1479 (D. 16). Los
deseos de Carbonell quedaron muy en breve cumplidos, puesto que vemos
que el mencionado Francisco salió montado en una gentil mula
para Valencia el martes 28 de setiembre de aquel mismo año, en
servicio y compañía de mossen Gaspar de Arinyó y también en la
del otro secretario del Rey, mossen Peyró. Este debía por
encargo del padre vigilarle, tenerle a su lado y satisfacer los
gastos de su manutención (N. 14), bien que después lo recibió en
su casa y lo tomó definitivamente por escribiente mossen Gaspar de
Arinyó, el sábado 31 de marzo de 1481 (N. 15). Carbonell
correspondió a este obsequio con el regalo que hizo al sobredicho
Arinyó de un libro de un valor considerable y cuyo título sentimos
no nos dejase consignado, ya que asi lo hizo de otras circunstancias
no menos curiosas.
Carbonell tuvo que vencer la repugnancia de su
hijo a seguir la corte (N. 14). Como hombre de talento y experiencia
preveía que, a favor de las relaciones que en ella contrajese y con
su aplicación y buena conducta, no le sería dificil alcanzar una
posición ventajosa. En efecto: no habían transcurrido aún cuatro
años desde su partida, cuando D. Fernando el Católico, a solicitud
de Carbonell, con el apoyo de sus buenos e influyentes amigos y en
atención a los servicios que Francisco había ya prestado a la corte
en clase de escribiente a las órdenes de su secretario Arinyó, le
agració con el nombramiento de coarchivero y coescribano
de mandamiento, desde Córdova en 21 de mayo de 1483,
concediéndole los mismos derechos, preheminencias y emolumentos que
disfrutaba su padre, reservando sin embargo exclusivamente para este
la quitación ordinaria o sueldo y el ejercicio de decretar las
súplicas, poner los mandatos, actuar los procesos y hacer todos los
actos propios a los escribanos de mandamiento. Dispuso también que,
en caso de muerte, cesión o abdicación de cualquiera de ellos, la
plaza quedase integramente et ipso facto para el sobreviviente, sin
esperar nueva provisión, mandato, consulta ni confirmación alguna
(D. 17). (*)

Esta gracia fue confirmada y ampliada por D.
Carlos I
, el maximo, y su madre D.a Juana, la Loca, en Valladolid a
30 de enero de 1548 (D. 18 y 19.)
Carbonell tampoco quiso que sus
manuales o protocolos quedasen huérfanos a su muerte ni pasasen a
manos extrañas. Y este deseo lo vio también cumplido en 28 de abril
de 1483, con el nombramiento de notario público que el mismo
D. Fernando, el Católico, otorgó desde Madrid a favor de Francisco
(D. 20), ampliando esta gracia después en Córdova
a 23 de agosto del propio año (D. 21).
Condecorado ya Francisco
con estos dos títulos, poco tardó en regresar al lado de su padre,
como nos lo indica la toma de posesión de su nueva plaza en el
Archivo, el último da del año 14814 (D. 22). Entonces, considerando
asegurado ya su porvenir, trataría de tomar estado, pues se nos
presenta casado con Juana, hija, indudablemente única, de Rafael
de Riudor
, también notario público de Barcelona, quien, en
atención a este enlace, le donó para después de su muerte las
escrituras propias y agenas que poseía (D. 23 y 24). Murió
su esposa a los pocos años, sin dejarle hijo alguno, pero si unas
casas situadas en la calle del Garrofer de la propia ciudad,
instituyéndole en su testamento heredero a sus libres voluntades (N.
16).

(*) Igual gracia dispensó D. Carlos I, el maximo, en
Barcelona a 30 de agosto de 1519, a Francisco Miguel, nieto de Pedro
Miguel, con respecto a su padre Francisco, como es de ver del fól.
117 del Offitiatium 2, Caroli I, n. 3878, en el Archivo general de la
Corona de Aragón, cuya custodia corrió por lo tanto
consecutivamente a cargo de tres generaciones de la familia de
Carbonell.

A poco contrajo segundas nupcias con Isabel, hija
de Juan Ulzina, boticario (N. 17), y esta dio a Carbonell la
satisfacción de verse reproducido en ocho nietos, entre ellos cinco
varones y tres hembras, cuyo nacimiento, nombres, pérdidas y demás
circunstancias omitiremos por no corresponder a nuestro principal
objeto. Si el lector repasa las notas autógrafas que a ellos se
refieren (N. 46, 17, 18, 19, 20, 21, 22 y 23), admirará la
generosidad con que regalaba alhajas a los recién nacidos y a su
nuera en cada uno de sus alumbramientos, y verá en esto otra prueba
de la bondad del corazón que a tales demostraciones se entregaba.
Estos repelidos obsequios que Carbonell prodigaba a su nuera y el
dictado que le da de venerandae nuruimee (N. 17), indican que
su amor paternal alcanzaba a todos sus hijos y nietos. No le faltaron
en el seno mismo de su familia contratiempos que acibarasen
estos puros goces. Prescindiendo de los que ya hemos indicado
anteriormente, turbó su tranquilidad algún rasgo de ambición e
interés por parte de su hijo Francisco (N. 13), dimanado más de su
inexperiencia que de su índole; pero Carbonell siempre noble y
generoso corrigió a su hijo confundiéndole con actos repelidos de
desprendimiento y desinterés. En el fól. 83 v. de su protocolo 28.°
otorgó los más amplios poderes a su favor, constituyéndole
procurador suyo, cierto, especial y general para reclamar y cobrar
toda cantidad que acreditase en razón de sus sueldos devengados,
derechos etc. en Barcelona a 13 de abril de 1510, y lo que es más
todavia, en el mes de marzo de 1516 le entregó una doble llave de la
puerta del Archivo, que había mandado hacer con este objeto,
diciéndole que cuantos derechos se cobrasen en adelante por la
expedición de títulos, copias etc. serian suyos exclusivamente, y
que rogaba a Dios le conservase por muchos años en aquel destino y
reportase de él tantas ventajas cuantas su corazón ambicionaba (N.
13),
Elocuente lección que honra mucho al que es capaz de
darla!….

Pasemos ya a examinar la moralidad de Carbonell.
Como era muy apto, activo y celoso en el desempeño de sus
obligaciones y de los destinos que los reyes le confiaron, detestaba
a los que no le imitaban en este punto, y siempre que se le
presentaba ocasión oportuna criticaba fuertemente su conducta,
descuido, malas costumbres o falta de aplicación. Véanse sino
algunas de sus obras poéticas, especialmente la continuación a la
Dança de la mort, que es una terrible critica de las costumbres de
los empleados de la corte en su tiempo, y la curiosa nota puesta al
fól 103 del Memoriale n. 49 contra los protonotarios y secretarios
del Rey (N. 25). Una consecuencia de su severidad en esta parte es la
breve pero enérgica declamación que escribió en la 2.a columna del
fól 215 de su Crónica contra el abuso que existía ya en su tiempo
de echar mano para el servicio Real de personas influyentes y
poderosas, sin atender a si eran o no aptas para el buen desempeño
de su cometido.
Carbonell fue generoso y desinteresado
sobremanera, y ni todas las riquezas del mundo, ni las
consideraciones más poderosas eran suficientes a separarle de sus
convicciones y deberes. ¡Hay nada más explicito ni significativo
que sus palabras puestas de propio puño al fól. 70 y últime v.to
del Memoriale n. 28?… E axi (dice) podem dir que
ambitio es mare de perditio e de peccat en la
qual sovint caen e senfanguen moltes gents com feu
Pons-Pilat que per temor de perdre lo offici com li
digueren los Jueus «non eris amicus Cesaris»
ama mes cometre tan gran peccat en dar falsa e
scelerada sentencia contra Jesu-Crist que no perdre lo
offici.

La compasión era otra de las dotes de su alma
¡Cuan conturbado estaría su espíritu al escribir en el fól. 43 del
Memoriale n. 25. Memoria tene quod die Mercurii XII decembris anno a
nativitate Domini MCCCCLXXXXII fuit lata quedam crudelisima sententia
adversus prefatum Joannem Canyamas rusticum mentecaptum qui ipso et
eodem die fuit membratim truncatus et ita dire quod eius atrocitates
si scribere vellem lachrymis continere vix poluerim! Y no sería
porque Carbonell fuese indiferente al crimen que aquel miserable
había cometido hiriendo de una cuchillada en la garganta a D.
Fernando el Católico, el día 7 de diciembre de 1492, en las
escaleras que aún hoy día vemos en la plaza del Rey; pues que la
carta que al siguiente día escribió a su amigo, el Dr. Rejente
la Cancillería del Rey, misser Bartolomé Veri (fól. 255 v.to de su
Crónica, col. 2.a) es un modelo de la más acrisolada fidelidad y
del más acendrado amor por parte de un súbdito a su Rey.
El que
reunía tantas y tan relevantes virtudes no podía dejar de ser
religioso. En efecto: en la mayor parte de sus obras invoca repetidas
veces el nombre de Dios, de la Virgen, y de algunos Santos de quienes
era especialmente devoto, y en alguna de ellas, que dedicó
exclusivamente a sagrados objetos, demostró hasta la evidencia cuán
hondamente arraigadas estaban en su corazón las creencias de la
religión que profesaba. Pero hombre de talento y de estudios al
propio tiempo, no podía en manera alguna profanar aquella con ningún
exceso de fanatismo. Por esto fue muy severo con los malos
eclesiásticos, cuyas corrompidas costumbres tan ásperamente
reprende en los fól.s 67
v.to y 68 de su Crónica. Finalmente,
sus saludables y cristianas doctrinas y el conocimiento de que se iba
acercando su última hora, le hicieron despojarse de todos sus
derechos y consideraciones sociales a favor de su hijo, para
entregarse exclusivamente a los consuelos de la religión y a la
dulce esperanza de ver muy en breve recompensadas sus virtudes. Antes
de cerrar los ojos alegó estos justos motivos a su Rey, y ampliando
este en 17 de octubre de 1491 la gracia que concediera a Francisco en
21 de mayo de 1483, dispensó indirectamente al padre de las
obligaciones que su destino le imponía, y que ya eran muy pesadas
para sus débiles y cansados hombros (D. 25, 26 y 27). Demos, pues,
cima a nuestra tarea, diciendo que un ataque de asma puso fin
a sus dias, entre cinco y seis de la tarde del 2 de abril de 1517, en
casa de su hijo (N. 26), haciendo la muerte del justo, y dejando a la
posteridad un buen nombre por sus virtudes, por sus servicios
públicos, por sus talentos y por sus obras históricas y
literarias: por más que la revolución, que todo lo destruye,
haya borrado hasta la humilde lápida de su sepulcro,
que hemos leído repetidas veces antes del año 1835, en
una de las paredes del claustro del bello cuanto malogrado
convento de Dominicos de Barcelona.

documentos referencia biografía